domingo, 31 de mayo de 2020

Cota

Seleccionó con cuidado los temas que más le llamaron la atención y creó una lista de reproducción a partir de las canciones que consideró más convenientes para su realidad. Nació, entonces, su primera playlist introspectiva. El conjunto de canciones era un festín, una especie de ritual que celebraba el onomástico de su vida según sus experiencias, las que solo él había experimentado y nunca nadie más experimentaría. Tomó sus audífonos con precisión y los colocó en sus oídos como si siguiera un ceremonial tan pomposo como ancestral. La música obró de manera silenciosa de la única forma que conocía: haciendo ruido. A partir de las composiciones que oyó se supo capaz de descubrir la felicidad desde una perspectiva que curiosamente le brindó pesar, pues, conocer la alegría a tal punto suponía que estaba al tanto de lo que la fatalidad de la tristeza podía implicar. Los siguientes temas, mucho más grises en sus tonalidades, lo confirmaron, trayendo a su memoria las desgarradoras melodías del recuerdo, cuyas letras hacían presente el dolor del pasado, compungiéndolo como aquel muñón que causa sensación en la extremidad fantasma. Finalmente, se sintió obligado a reflexionar sobre aquello que no había realizado, pero que la música, de cierto modo, le recomendaba hacer. Al retirar sus audífonos pudo contemplar el mundo como si se tratara de una nueva obra, una imagen auditiva que debía descubrir a través de los sonidos que le brindaba cada situación en la que se encontrara a cada momento.

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