A la segunda hora del apagón, cedió ante el aburrimiento. Aprovechó las horas de luz que quedaban y con un lápiz roto por la mitad que había hallado en el suelo de su habitación comenzó a dibujar sobre una hoja de papel. Sus trazos subían con brusquedad y bajaban con delicadeza redondeando las puntas de la hoja, añadiendo matices y sombras a las figuras que realizaba, a veces abstractas, de repente más concretas. Sin embargo, nunca se conformó con los resultados. Mientras que consideraba los dibujos provenientes de su imaginación como un caos ininteligible y sin sentido, se auto recriminaba por su falta de habilidad para replicar objetos del mundo real con precisión, tal como su cama, la cual había intentado dibujar ya más de cuatro veces sin el éxito deseado. Le pareció en todo caso un ejercicio interesante para poder desahogar su frustración por no contar con Internet, ni siquiera con aire acondicionado al menos.
- ¡Ya volvió la luz! - escuchó decir a su madre desde la planta baja con una especie de emoción atenuada por el cansancio.
Bajó las escaleras a una velocidad relativamente acelerada, llevando consigo su lápiz y papel.
- Mamá, mira lo que estuve dibujando - dijo con una especie de exaltación que no había encontrado en sí antes.
En eso, observó la hoja llena de manchas vacías y sombras de carbón y recordó inmediatamente que durante un arrebato había borrado todas sus creaciones porque no las consideraba lo suficientemente buenas. Frenó avergonzado. Sus calcetines resbalaron. Otro apagón.
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