Recordó la tibieza de la ceremonia, su monotonía y falta de originalidad le propinaron la súbita idea de que en ocasiones el aburrimiento no es más que la manifestación más fiel de la realidad de la vida. Aquel día, su ferviente deseo por marcharse lo antes posible lo llevó a aprender de manera repentina a leer la hora en su antiguo reloj de manecillas, el cual solo utilizaba para eventos de este tipo, pero que nunca lo había llegado a acompañar antes a un culto que irrespetase el tiempo de tal manera. Sus engranajes sonaban al compás de un resentimiento del cual el ser inanimado llegó a adueñarse mecánicamente.
- Muchas gracias por venir - dijo el anfitrión con una sonrisa que para él resultó incomprensible.
Se apresuró a la salida de un brinco, pero poco tardó en notar que las personas seguían en sus puestos. El evento aún no había terminado y por alguna muy extraña razón su reloj se encontraba en el asiento que dejó abandonado. No recordaba habérselo quitado.
Despertó. Alzó la vista perturbado. El maestro de ceremonias continuaba brindando la muy pausada bienvenida a los asistentes del ceremonial. Comprobó extrañado que no llevaba su reloj en su muñeca y al volver a su hogar no pudo hallarlo más en su puesto de siempre.
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