lunes, 6 de abril de 2020

Tous Ensemble

Miércoles. El día en la ciudad era siempre activo, ya sea por los negocios que abrían desde temprano para efectuar sus ventas y ganarle dinero al tiempo, el tráfico ensordecedor que causaba un ruido que pululaba entre las melodías del caos o simplemente porque la gran urbe conjugaba un cuadro entrópico desde donde se la mirara.

Cada persona analizaba de acuerdo a su propia realidad lo que necesitaba lograr para sobrevivir a su jornada: desde los infantes que percibían en sus tareas para colorear un laberinto de estrés prematuro e irrealizable, pasando por los gerentes de conglomerados empresariales responsables de cifras exorbitantes, hasta las familias que en mitad de semana detenían sus deberes para despedir a un ser querido, sincronizándose a la perfección con el calor del mediodía.

El estrés, el desorden y el desbarajuste eran el pan de cada día. Parecía ser que entre tanta disparidad, estos elementos eran el pegamento que impedía que la metrópolis sufriera una implosión, cayendo por su propio peso, tal como sus habitantes en algún momento lo harían.

-         ¿Está bien este? - preguntó el empleado de la tienda con un interés desdeñoso que había logrado dominar a la perfección luego de años de práctica en la disciplina de servicio al cliente.

-         No me convence. Ayúdeme con el vestido azul con negro que me probé primero, quiero volver a ponérmelo para estar segura. - La señora contaba con un compromiso aquella noche. Una boda, un cumpleaños o quizá un aniversario, no lo recordaba bien, ni le importaba francamente. Utilizaba el tiempo en las boutiques como un descanso de su esposo, así como una excusa para complacerse a sí misma. Veía en lo material algo superior a los sentimientos, su imagen como un reflejo de su orgullo, algo que su matrimonio jamás le pudo dar. La mitad de la semana era un momento ideal para detener el tiempo dentro del tumulto citadino.

-         Se lo traigo en seguida - expresó el trabajador con una sonrisa casi tan fingida como el apuro de la mujer por conseguir una prenda.

***

-         Sazzinstein, S, A, doble Z, I, N, S, T, E, I, N. Sazzinstein. Mi número de cédula es cero nueve tres... ¡no!, ¡instein!, con e. Señorita, hágame el favor, los datos se encuentran validados en la tarjeta de crédito. Tengo muchísima prisa, es la primera vez que utilizo sus servicios y créame que lo hago por necesidad, solo necesito que abran mi auto rápido, pero ¡qué falta de eficiencia!

El hombre de negocios se encontraba angustiado. Su meticulosa agenda no previó la falla humana de dejar las llaves dentro del auto. Recordó que las originales las había perdido hace tan solo dos semanas en un incidente similar en el cual las réplicas salvaron su partida oportunamente. Esta vez, aquellas mismas llaves le jugaban una mala pasada que resultaba potencialmente letal para el bienestar de su negocio.

-         Lo lamento caballero, solo sigo el protocolo. Necesito corroborar que el vehículo le pertenece a usted por motivos de seguridad. Por favor, sea tan amable de ayudarme con los datos que prosiguen.

-  ¡Esto es ridículo!, ¡hij...

***

-         ¿Cómo vas campeón? - el padre sujetaba la mano de su hijo con especial delicadeza. Su pulgar acariciaba sus dedos dando suaves círculos sobre ellos. Contemplaba con una ternura impropia de sí mismo a su bebé, a quien durante diez años trató con rigidez y algo de distanciamiento, pero sin descuidar su formación integral como persona. Hasta aquel entonces consideraba esa la manera más pura de una suntuosa paternidad.

-         ¡Mejor papi!, tengo un dolorcito desde ayer, pero no es tanto. - mintió el niño. En realidad, se sentía orgulloso de poder aguantar con estoicismo la aguda punzada que sentía. Se lo comunicó al médico en la mañana con confianza. De su padre, prefirió no perder su tono amistoso y actitud condescendiente que había ganado de él desde que inició la enfermedad. Mi debilidad lo pondría de mal humor, pensó, al tiempo que le brindaba una sonrisa vergonzosa.

El padre comprendió de inmediato el engaño de su hijo a través de su mirada, pero decidió continuar con la farsa para no crearle disgustos tampoco. Luego lo hablaría con el doctor. No debo cuestionarlo en este momento, se decía a sí mismo. Dejó soltar un tenue sollozo que se incorporó oportunamente con la misma nota de sonido que producía el monitor de signos vitales en ese instante. Se recostó sobre el pecho del niño.

***

-  ¡Viva la santa carajooo!

-         ¡Que vivaaaa! - respondieron al unísono los familiares y amistades mientras aplaudían jubilosamente a Carmen, quien esa noche cumplía 80 años, demostrando una vitalidad impresionante. Su lucidez era bien conocida entre sus allegados, así como sus tratos vulgares, los cuales en una mujer de su edad eran acogidos con mayor ternura que la de un beso materno.

-         ¡Ya déjense de pendejadas bola de hipócritas!, bien que quieren que me muera para que no los joda más, pero en la herencia ni piensen porque yo aparte de vieja soy pobre.

Todos rieron enérgicamente. Los bisnietos trataron de disimular frente a los adultos que habían entendido a la perfección aquella ordinaria expresión de su "mami" y realizaron discretas muecas de burla entre ellos. Su mundo era muy distinto al de los mayores, pues a los 70 centímetros de altura la diversión era tan grande como la imaginación y energía requeridas para sus juegos y correteos por la pequeña casa céntrica de su bisabuela.

-  ¿Y el Luchito?, preguntó Carmen con una desilusión palpable.

-         Ni le cuento señora Carmen. - respondió su esposa. Había ido aquella noche en reemplazo de su marido. Pensó durante un segundo en su último diálogo con él.

-         Eres su nieto preferido, no puedes faltar - le había dicho la noche anterior. Su preocupación se inclinaba más hacia su falta de ganas de acudir al evento sin compañía que hacia un genuino interés por la relación de él con su abuela.
-          Mi amor, este negocio es muy importante, luego la saco a una comidita a la abue - le respondió el hombre mostrando calmadamente un remordimiento artificial. La mujer accedió a regañadientes a ir sola a la reunión de la familia de Luis.

-         Tuvo que irse urgente a la capital por una negociación muy grande que le salió de último minuto - trató de sonar convincente. La reunión había sido planeada meses atrás - ¡Imagínese que casi no llega a tiempo por dejar las llaves adentro del carro!

-         ¡Ay, mi Luchito!, siempre distraído. Cuando vuelva le dices que a la próxima que no venga a verme le doy con el periódico como cuando era chiquito - rio. Carmen hizo su mayor esfuerzo por parecer desenfadada. Su nieto no la visitaba desde hace dos cumpleaños y temía morir antes de que este pudiera redimir su ingratitud.

-         ¡Nuerita!, ¿y ese vestido nuevo? - Carmen tomó la iniciativa de entablar conversación con la esposa de su último hijo, quien, a su parecer, nunca le dio el trato merecido a su pequeño.

-         ¡Uy, Carmita!, ¡cómo tiene ese ojo de águila usted! Nada, lo vi en una boutique hoy día y me enamoré a primera vista. Me arriesgué la verdad, ni me lo probé y me quedó perfecto.

-         A mi mamá no la engañas con esos cuentos, mija -soltó su esposo jocosamente mientras agarraba su cintura con firmeza por detrás. Se valía de las reuniones familiares para gozar del buen trato de su mujer y aprovechaba al máximo las treguas temporales con ella que se generaban en estos eventos.

La mujer cerró sus ojos alegremente y dejó entrever sus dientes envejecidos por el cigarrillo, asegurándose de que los hermanos de su esposo que se encontraban a lo lejos pudieran alcanzar a ver su sonrisa tan bien como su suegra.

-         ¿Qué es del hijo de tu amigo que andaba malito?, ¿se mejoró? - Carmen decidió cambiar de tema abruptamente, dirigiendo esta vez la conversación hacia su hijo.

-         No mamá. El niño murió hoy, ya no aguantó el pobrecito. De aquí me voy al velorio, mi amigo está destrozado. Ya el niño iba bien y de un momento a otro empeoró de nuevo.

-  ¡Dios mío!, pobre ser. Más tarde le rezo un rosario antes de dormirme.

Un sonido ensordecedor irrumpió en la pequeña sala. Al voltear, Carmen, su nuera y su hijo observaron el charol en el suelo con los vasos de cola formando un gran charco de gas y líquidos de colores.

- ¡Viva la santaaaaaaaa! - gritó alguien vigorosamente.

Los presentes aplaudieron riendo. Se pudo escuchar a un par de madres primerizas preocupadas porque los niños no se ensucien al correr por la zona del desastre.

-         Bueno, a cantar el cumpleaños que mañana es miércoles y hay que seguir trabajando -exclamó uno de los sobrinos de mayor edad.

-  Mañana es jueves, tonto - respondió su hermana torciendo los ojos.

-         Perdón, es que ya me cogió el trago de la tía Carmelita. Con más razón nos vamos temprano.

Todos soltaron una nueva carcajada y se fueron acomodando poco a poco para la foto grupal antes de encender la vela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario