lunes, 6 de abril de 2020

J Balvin - Energía: Track 9

Las puertas de la celda se abrieron de par en par y frente a ellas, sus ojos se humedecieron pudorosos. Tal como el día en que conoció su injusta sentencia, no pudo evitarlo. Veinte dolorosos años de espera habían arrebatado de su ser el gusto de la libertad; por un breve instante llegó a confundirlo con el desabrido óxido del ambiente porque ya era costumbre saborearlo hasta en la comida. ¿Qué haría ahora?, las posibilidades eran infinitas. En su encierro no había conocido días felices y ni siquiera se había planteado lo que haría llegado el momento de su liberación. Entretanto, recordó precipitadamente cómo los abusos de su compañero habían malogrado su estadía, casi tanto como su alma, a lo largo del tiempo. No fue así al inicio. Nunca entendió qué cambió. Las miradas que le brindaba, cada vez más tormentosas, pasaron de ser un anuncio de guerra inminente a una realidad llena de dolor a secas, tan violenta como los puños que le propinaba casi a diario. Sus llantos y gritos de auxilio no eran escuchados por nadie. En realidad sí eran oídos, pero todos escogían atribuirlo a la atmósfera lúgubre en la que se vivía, sin más. Decidió hacer justicia por mano propia. A fin de cuentas, ya lo había perdido todo y a partir de ahora solo podría ganar, o al menos empatar. Una almohada de algodón suave, completamente ajena a las crudas palizas que recibía por costumbre, fue la respuesta a sus padecimientos. Con ella ahogó sus penas, que casualmente respiraban con menor fuerza a medida que su víctima dejaba de hacerlo. Ahora le tocaba ser feliz.
- ¿Y esta? - preguntó la guardia con falsa curiosidad.
- Adela McGunn, 42 años. Acaba de recibir dos cadenas perpetuas por el homicidio en primer grado de su esposo. - la mujer guiñó un ojo a su colega realizando un gesto de complicidad y gesticuló lentamente - Pre me di ta do.
- Ahhhh, mujer pensante, ¡así me gustan! - añadió la gendarme con interés en su voz, esta vez genuino.
- Lo más curioso es que dicen que lo confesó apenas lo hizo y ni siquiera opuso resistencia a su captura. Es más, algunos miembros del jurado coincidieron en el reporte asegurando que realizó una brevísima mueca de satisfacción apenas conoció el fallo en su contra.
- Qué más da - añadió la guarda, nuevamente desilusionada ante la cantidad de detalles que desmitificaban su imagen de la rea - seguramente yo también tendría ganas de matar a mi esposo si me hubiera dado ese horripilante apellido. Pase usted señora McGunn, sea bienvenida al pabellón femenino.

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