Seleccionó con cuidado los temas que más le llamaron la atención y creó una lista de reproducción a partir de las canciones que consideró más convenientes para su realidad. Nació, entonces, su primera playlist introspectiva. El conjunto de canciones era un festín, una especie de ritual que celebraba el onomástico de su vida según sus experiencias, las que solo él había experimentado y nunca nadie más experimentaría. Tomó sus audífonos con precisión y los colocó en sus oídos como si siguiera un ceremonial tan pomposo como ancestral. La música obró de manera silenciosa de la única forma que conocía: haciendo ruido. A partir de las composiciones que oyó se supo capaz de descubrir la felicidad desde una perspectiva que curiosamente le brindó pesar, pues, conocer la alegría a tal punto suponía que estaba al tanto de lo que la fatalidad de la tristeza podía implicar. Los siguientes temas, mucho más grises en sus tonalidades, lo confirmaron, trayendo a su memoria las desgarradoras melodías del recuerdo, cuyas letras hacían presente el dolor del pasado, compungiéndolo como aquel muñón que causa sensación en la extremidad fantasma. Finalmente, se sintió obligado a reflexionar sobre aquello que no había realizado, pero que la música, de cierto modo, le recomendaba hacer. Al retirar sus audífonos pudo contemplar el mundo como si se tratara de una nueva obra, una imagen auditiva que debía descubrir a través de los sonidos que le brindaba cada situación en la que se encontrara a cada momento.
domingo, 31 de mayo de 2020
martes, 26 de mayo de 2020
Letras destructivas, oraciones que aniquilan y lectores que se funden con el odio cual fanáticos de un cotejo deportivo que vitorean y maldicen al unísono de la masa porosa.
Decidió utilizar la plataforma para denunciar la injusticia nunca habida, el trauma sintético, el daño auto infligido. Todo ello lo convertiría en un héroe de la revelación para aquellos que no lo conocían y en un maldito para unos cuantos cuyas voces se verían apagadas al calor de la hoguera digital. Sería la manera más perfecta de buscar la multiplicación del desprecio en su estado más puro, porque no conocer al artista sublima la obra así como ignorar al ofensor deslegitima su defensa.
Una venganza perfecta, ¿quién podría desmentir su verdad? Era él, su cerebro inyectado de abyección y la seguridad de que lo que fuere que redacte resultaría devastador para quien alguna vez cometió el error de mal conocerlo. Abro hilo.
Decidió utilizar la plataforma para denunciar la injusticia nunca habida, el trauma sintético, el daño auto infligido. Todo ello lo convertiría en un héroe de la revelación para aquellos que no lo conocían y en un maldito para unos cuantos cuyas voces se verían apagadas al calor de la hoguera digital. Sería la manera más perfecta de buscar la multiplicación del desprecio en su estado más puro, porque no conocer al artista sublima la obra así como ignorar al ofensor deslegitima su defensa.
Una venganza perfecta, ¿quién podría desmentir su verdad? Era él, su cerebro inyectado de abyección y la seguridad de que lo que fuere que redacte resultaría devastador para quien alguna vez cometió el error de mal conocerlo. Abro hilo.
Amenazas
- ¿Me estás amenazando?
- Por supuesto que sí - respondió ofendido. Representó para él una total desilusión que su ultimátum no haya sido captado con la violencia necesaria para que pueda ejercer con autosuficiencia como una amenaza íntegra. Respiró profundo, realizando su mayor esfuerzo para abrirse paso entre el temblor de sus pensamientos y su llanto reprimido y añadió - ¿acaso eres incapaz de notar que eres la única persona a quien he amado tanto como para amenazar con esa misma fuerza?
- Eso explica todo - respondió ella con una frialdad maciza. Sus ojos despedían un desprecio que se intensificaba con cada parpadeo ante su lamentable presencia - Querido, habiendo apreciado este deplorable escenario, puedo decir con certeza que no has resultado ser tan patético amante como fallido imprecador.
Devastado, intentó mirarla inútilmente: sus lágrimas se encargaron de impedirle este último gusto a toda costa. El primer alarido fue de dolor y los que le siguieron fueron de desgarradora desolación.
- Por supuesto que sí - respondió ofendido. Representó para él una total desilusión que su ultimátum no haya sido captado con la violencia necesaria para que pueda ejercer con autosuficiencia como una amenaza íntegra. Respiró profundo, realizando su mayor esfuerzo para abrirse paso entre el temblor de sus pensamientos y su llanto reprimido y añadió - ¿acaso eres incapaz de notar que eres la única persona a quien he amado tanto como para amenazar con esa misma fuerza?
- Eso explica todo - respondió ella con una frialdad maciza. Sus ojos despedían un desprecio que se intensificaba con cada parpadeo ante su lamentable presencia - Querido, habiendo apreciado este deplorable escenario, puedo decir con certeza que no has resultado ser tan patético amante como fallido imprecador.
Devastado, intentó mirarla inútilmente: sus lágrimas se encargaron de impedirle este último gusto a toda costa. El primer alarido fue de dolor y los que le siguieron fueron de desgarradora desolación.
lunes, 25 de mayo de 2020
A Poca Lipsis
El día del juicio final no fue como lo esperó nadie. No hubo trompetas ni centellas que hayan salido despedidas de las alturas del cielo para anunciar solemnes el término de muestro mundo, tal como lo había proclamado con certeza durante siglos el último libro bíblico, cuyo título omitiremos por respeto a esta imprevisible hecatombe. Tampoco fue un parpadeo que culminó con el ser antes de que este pudiera asumirlo, ya que, al contrario, se trató de un proceso relativamente paulatino y definitivamente aburrido.
Una mañana, las personas comenzaron a notar la desaceleración de la existencia, refiriéndonos con esto al orden natural de las cosas. Un sol entorpecido brilló con luz trémula y a su vez las aguas de los océanos se bambolearon con torpeza. Todo animal, accidente geográfico o mineral, planta o rastro de energía fue feneciendo pacíficamente, como si supieran exactamente por qué lo hacían. Algunos opinadores llegaron a declarar que el planeta se había cansado de vivir.
Naturalmente, el pánico se apoderó de la humanidad, quienes por primera vez no pudieron depositar su confianza en la tecnología para resolver sus problemas. No existía un campo electromagnético ni electricidad que potencien las bondades de los desarrollados satélites y la venerada Internet. Ante los innumerables esfuerzos de cuanto científico, millonario, activista y político hubo involucrado, optaron por esperar su fin, sin más, sin menos, tan solo sentados en sus departamentos, en las calles, en los parques, con aquellos con quienes deseaban estar y sin aquellos con los cuales no querían encontrarse. Algunos lloraron, otros rezaron, unos cuantos maldijeron al cielo y al infierno. Pero a fin de cuentas, todo se detuvo y nadie (al igual que con la era previa a nuestra existencia) pudo atestiguar lo que ocurrió entonces.
Una mañana, las personas comenzaron a notar la desaceleración de la existencia, refiriéndonos con esto al orden natural de las cosas. Un sol entorpecido brilló con luz trémula y a su vez las aguas de los océanos se bambolearon con torpeza. Todo animal, accidente geográfico o mineral, planta o rastro de energía fue feneciendo pacíficamente, como si supieran exactamente por qué lo hacían. Algunos opinadores llegaron a declarar que el planeta se había cansado de vivir.
Naturalmente, el pánico se apoderó de la humanidad, quienes por primera vez no pudieron depositar su confianza en la tecnología para resolver sus problemas. No existía un campo electromagnético ni electricidad que potencien las bondades de los desarrollados satélites y la venerada Internet. Ante los innumerables esfuerzos de cuanto científico, millonario, activista y político hubo involucrado, optaron por esperar su fin, sin más, sin menos, tan solo sentados en sus departamentos, en las calles, en los parques, con aquellos con quienes deseaban estar y sin aquellos con los cuales no querían encontrarse. Algunos lloraron, otros rezaron, unos cuantos maldijeron al cielo y al infierno. Pero a fin de cuentas, todo se detuvo y nadie (al igual que con la era previa a nuestra existencia) pudo atestiguar lo que ocurrió entonces.
miércoles, 20 de mayo de 2020
Reloj
Recordó la tibieza de la ceremonia, su monotonía y falta de originalidad le propinaron la súbita idea de que en ocasiones el aburrimiento no es más que la manifestación más fiel de la realidad de la vida. Aquel día, su ferviente deseo por marcharse lo antes posible lo llevó a aprender de manera repentina a leer la hora en su antiguo reloj de manecillas, el cual solo utilizaba para eventos de este tipo, pero que nunca lo había llegado a acompañar antes a un culto que irrespetase el tiempo de tal manera. Sus engranajes sonaban al compás de un resentimiento del cual el ser inanimado llegó a adueñarse mecánicamente.
- Muchas gracias por venir - dijo el anfitrión con una sonrisa que para él resultó incomprensible.
Se apresuró a la salida de un brinco, pero poco tardó en notar que las personas seguían en sus puestos. El evento aún no había terminado y por alguna muy extraña razón su reloj se encontraba en el asiento que dejó abandonado. No recordaba habérselo quitado.
Despertó. Alzó la vista perturbado. El maestro de ceremonias continuaba brindando la muy pausada bienvenida a los asistentes del ceremonial. Comprobó extrañado que no llevaba su reloj en su muñeca y al volver a su hogar no pudo hallarlo más en su puesto de siempre.
miércoles, 6 de mayo de 2020
El apagón
A la segunda hora del apagón, cedió ante el aburrimiento. Aprovechó las horas de luz que quedaban y con un lápiz roto por la mitad que había hallado en el suelo de su habitación comenzó a dibujar sobre una hoja de papel. Sus trazos subían con brusquedad y bajaban con delicadeza redondeando las puntas de la hoja, añadiendo matices y sombras a las figuras que realizaba, a veces abstractas, de repente más concretas. Sin embargo, nunca se conformó con los resultados. Mientras que consideraba los dibujos provenientes de su imaginación como un caos ininteligible y sin sentido, se auto recriminaba por su falta de habilidad para replicar objetos del mundo real con precisión, tal como su cama, la cual había intentado dibujar ya más de cuatro veces sin el éxito deseado. Le pareció en todo caso un ejercicio interesante para poder desahogar su frustración por no contar con Internet, ni siquiera con aire acondicionado al menos.
- ¡Ya volvió la luz! - escuchó decir a su madre desde la planta baja con una especie de emoción atenuada por el cansancio.
Bajó las escaleras a una velocidad relativamente acelerada, llevando consigo su lápiz y papel.
- Mamá, mira lo que estuve dibujando - dijo con una especie de exaltación que no había encontrado en sí antes.
En eso, observó la hoja llena de manchas vacías y sombras de carbón y recordó inmediatamente que durante un arrebato había borrado todas sus creaciones porque no las consideraba lo suficientemente buenas. Frenó avergonzado. Sus calcetines resbalaron. Otro apagón.
Sapiensapiensapiensa
Se puso a pensar sin saber que lo hacía. ¿Qué era un pensamiento si no una manifestación en sí y por sí misma? ¿Acaso es uno consciente de que no está observando nada cuando posa la mirada en el todo? Pensó en sus hijos, pensó en su madre, pensó en su vida, pensó en su muerte, la que aún no había llegado, pero que también estaba ahí, pensándolo como él a ella. Daba igual porque el resultado era el mismo. Eso tampoco sabía que sabía. Curiosamente, lo que realizaba en ese instante era poco o muy similar a esta dualidad. Pensaba, aunque sus ideas estaban tan dispersas como el vapor. Pero el vapor se esparce y no desaparece. Lo sistemático de sus razonamientos era igualmente mecánico, por el simple hecho de que decidía en qué enfocarse y en qué no con un automático forcejeo.
- Lo siento. Estaba pensando un poco.
- ¿En qué?
- En nada.
- Entonces, para qué molestarse.
- Acabo de decir que pensaba en nada, no que no pensaba en nada.
- ¿Cuál sería la diferencia ahí?
- No podría explicarlo, debo pensarlo.
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