jueves, 24 de octubre de 2024

El Bosque

Quisiera recordarlo con mayor exactitud de la que describiré a continuación, sin embargo, evocar el bosque, por la naturaleza trágica que lo ata a mí, siempre ha obnubilado mi memoria. Estoy consciente de que mi relato puede resultar inverosímil, por lo que fungiría tanto como una confesión culposa o un despliegue de narración creativa según disponga quien lo lea.

El asunto va de lo siguiente:

Cuando joven, desarrollé una progresiva fascinación por el estudio de los seres vivos, particularmente, por aquellos que habitaban el bosque donde crecí. Estos seres poseían peculiaridades que no había encontrado en ninguno de los innumerables libros de zoología, bestiarios y textos de botánica que devoraba en mi hogar mientras recorría los alrededores de la naturaleza. Por este motivo, llegado el momento oportuno y una vez habiéndome sentido lo suficientemente capacitado para la labor, decidí crear una enciclopedia de mi autoría que recabase los datos más relevantes de estas criaturas. Permitiría, por supuesto, que la rigurosidad de la ciencia cohabite con la descripción embellecida de las majestuosas rarezas místicas que los caracterizaban. Así desarrollé un plan de cinco años, en el cual implementé un sistema taxonómico vinculante por similitud que presentaría a las instituciones científicas de la ciudad a partir de mis observaciones y hallazgos. Fue así como definí a los unicornios como seres que compartían las características de los equinos con ciertas diferencias evidentes como su cuerno, y algunas menos notables como su capacidad de dar buena suerte o, como lo definí en mis apuntes, alterar la probabilística a su favor. Por otro lado, extrapolé ciertos datos para clasificar casi bajo coacción a los licántropos, vampiros y centauros del bosque dentro de la jerarquía hominidae, pero a su vez debía alejarlos de los primates mientras los asociaba respectivamente a los reinos de los lobos canidae, murciélagos chiroptera y equidae, claro, procurando desasociar a estos últimos de los unicornios. Evitaré explayarme en los esfuerzos realizados con los duendes, fénix, quimeras e incubus, para los cuales tuve que crear categorías totalmente nuevas e independientes que fueran congruentes con la realidad del estudio. Durante los primeros dos años, a pesar de las dificultades, todo parecía ir de la mejor forma: me había ganado la confianza de las bestias, teniendo la libertad de pasearme entre sus filas para realizar análisis más profundos que ni siquiera había contemplado al inicio. Sin embargo, a partir del tercer año, los animales comenzaron a desaparecer de manera paulatina. Lo noté inicialmente por las gárgolas cuando las conté durante el día mientras se encontraban petrificadas y su cantidad había disminuido con respecto a mi inventario. Anteriormente, había notado una importante reducción en el número de las hadas, pero lo atribuí a su esencia rimbombante y errática, creyendo inicialmente que se encontraban dispersas jugueteando entre los matorrales. Así, a medida que avanzaba con mi investigación y el rigor de los hallazgos atravesaba el umbral de la magia para formalizarse como ciencia y biología, los seres mágicos del bosque continuaron por ausentarse de forma progresiva hasta que, un par de semanas antes de cumplir los 5 años de mi estudio, habían desaparecido por completo sin dejar rastro alguno. Puede parecer irónico, pero este hecho fue el más fantástico que experimenté durante aquel lustro de evaluación. El único que hasta el día de hoy no he podido explicar y por el cual me siento directamente responsable, pese a que el método científico no me ha permitido determinar mi culpabilidad a través de la causa y efecto. Pero ¿qué es la ley de causa y efecto al lado de un ave que se incinera y regenera aleatoriamente a partir de sus propias cenizas, o del arcoíris que rompe su propio halo natural para condescender a dar guía a los duendes de la familia leprechaunia auricarus hacia sus preciadas ollas de oro? Si algo descubrí durante este tiempo dedicado a la ciencia es que la lógica se vuelve ilógica en la medida en que la magia se vuelve evidente. Eso es algo que los catedráticos de la editorial universitaria no pudieron entender cuando categorizaron mi libro como un relato de fantasía ante la falta de evidencia tangible de los seres descritos cuando acudieron al bosque.


lunes, 12 de agosto de 2024

Amigas

Te pienso. Siempre, por cierto.
Te digo lo que pienso. No siempre, lo siento.
Te escucho. No lo suficiente, lo intento.
Te entiendo. No sé, eso siento.
¿Me oyes? Me pregunto, por un momento.
Me equivoco. A veces, siempre me arrepiento.
Estoy para ti. Tú para mí. Sé que es así.
Nos alejamos. Nos acercamos. Otra vez, te redescubrí.
Y entre afirmaciones oscilantes, entredichos interesantes y alguna que otra acción inconsciente existimos aquí. Y ahí. De vez en cuando por ahí.
Si lo que no se comunica no existe, y no comunicar es comunicar, solo me queda señalar dentro de tu pecho lo único que vale la pena recordar: te pienso siempre porque te conocí.

domingo, 19 de mayo de 2024

Carta al insomnio

Incendio

Y mientras las llamas consumían con voracidad su hogar, el hombre iba simultáneamente perdiendo la memoria de todo lo vivido en cada espacio. El fuego de la sala quemó sus Navidades. Los regalos y los abrazos de su familia no soportaron la combustión y cedieron junto con la viga triangular que daba al árbol con la estrella que Vale, su hija menor, colocaba cada año con su ayuda. Una llamarada bastó para que olvidara lo feliz y miserable que fue durmiendo en su habitación, amando y discutiendo con el mismo fervor de las llamas con la misma persona durante 15 años hasta que finalmente ella optó por irse junto a los niños. El fuego se encargó de no dejar cenizas por respeto, evitando toda alegoría de mal gusto hacia su fallido matrimonio. Una explosión final ocasionada por un cilindro de gas en la cocina terminó de llevarse sus comidas favoritas, sus rememoraciones de brindis en ocasiones que ameritaban el descorche de un vino reposado desde hace mucho antes de que la casa, y sus memorias, comenzaran a cimentarse. A medida que corría a la salida por puro instinto, olvidaba el motivo por el que lo hacía, no sabía dónde se encontraba ni qué era aquella materia brillosa que rodeaba todo el lugar. Así que terminó acercándose al fuego con el objetivo de tocarlo, le pareció tan hermoso e impresionante hasta que el ardor súbito en la piel le regresó absolutamente todos sus recuerdos de golpe. Mientras moría pensaba en uno en específico, el cigarrillo que decidió fumarse aquella noche justo antes de usarlo para encender las cortinas de la sala. 



Sermones

Entonces el sacerdote se desvió de la naturaleza protocolaria y distante del sermón sentencioso que desciende desde los cielos hacia la punta de su lengua de forma divina.  

Bajó lentamente los escalones del altar y se sentó en el suelo ante la mirada escandalosa de los feligreses más viejos y la confusión de los jóvenes.

Apenas intentó pronunciar su primera frase sintió un espasmo en su pecho que lo hizo caer sobre su propia espalda con las piernas aún cruzadas. La arquidiócesis se encargó de brindarle todos los honores religiosos post mortem de manera oficial mientras que extraoficialmente extendió el rumor puertas adentro entre diáconos, presbíteros, monaguillos y sacerdotes de que la homilía en suelo es una sentencia mortal con un pase directo al purgatorio. Un intrincado tema teológico que con el tiempo se convirtió en un dogma ceremonial. Oraciones por el extinto padre fueron elevadas junto con los altares de distintas parroquias que ahora contaban con escalones adicionales.


 Olvido

  • Siento que poco a poco se me va el habla - dijo uno.

  • ¿A qué te refieres? - preguntó extrañado el otro - ¿algo así como una disfonía?

  • No - sentenció el uno - me expresé mal, justo a eso me refiero, cada vez me cuesta más hallar las palabras para decir lo que pienso de forma exacta.

  • Eso es normal - acotó un tercero - a mí me ocurre todo el tiempo, me olvido del nombre de las cosas - rió solo durante un instante ante el arribo de una memoria divertida - fíjate que el otro día llegó una furgoneta a la oficina porque le dije a mi asistente que me consiga un expreso urgente, estaba tan ofuscado que después del estrés aclarando todo el malentendido me llevó justamente el café que le había pedido hace una hora, era espresso, la mierda, ni cómo culparla a la pobre, se le regó la mitad de los nervios.

El otro había empezado a reír desde hace rato ya, el tercero se integró a la risotada a destiempo apenas terminó el relato aunque el recuerdo de su vivencia le parecía infinitamente más cómico que el hecho como tal. El uno miraba a ambos sin reír.

  • Pero ríete, está buena la anécdota - el otro miraba al uno en complicidad, esperando su cuota de risa. El uno no recordaba qué era anécdota y tampoco entendió varias de las palabras que el tercero usó en su historia - aparte, no creo que a ti te pase algo a ese nivel.

  • No me están entendiendo - replicó el uno - se me va el habla, el idioma, la…

  • La qué - dijo el otro impaciente.

  • La, la - el uno dedicó unos segundos a pensar, había notado que incluso en su mente sus reflexiones no eran tan ricas ni letradas como solían ser, le costaba cada vez más pensar en un concepto, traducirlo en una palabra y finalmente compartirlo con un interlocutor. No sabía por qué, pero estaba seguro de que era un proceso irreversible. Irreversible, se sorprendió gratamente de haber podido recordar esa palabra que aún descansaba en algún rincón de su mente y caminaba hacia el olvido.

  • La qué - reforzó el tercero con impaciencia. El uno lo miró de una forma serena pero desafiante, como pidiendo paciencia de una manera implícitamente hostil, permitiendo a sus ojos comunicar lo que su boca no podía.

  • La mmm… ¿capacidad? - añadió el uno con duda, no recordaba el significado preciso de ese término, pero sentía por instinto que funcionaba para la ocasión - sí, capacidad. La capacidad de usar palabras, me olvido.

Los amigos lo miraron incrédulos, pero con cierta compasión. Pidieron otra ronda de cerveza al mesero que se encontraba en el turno. El uno quiso indicar que no deseaba otra bebida, pero no recordó la palabra de negación. Al llegar las botellas, el uno, el otro y el tercero las alzaron de manera sincrónica, pero solo los últimos dos fueron capaces de conjurar un poderoso “¡Salud”, mientras el uno terminaba de olvidar aquella noche paulatinamente su nombre, su apellido y las designaciones de todo lo que le rodeaba. Sabía que quería a los hombres que estaban junto a él, pero no recordaba sus nombres tampoco, había pasado a denominarse a sí mismo “uno” y a sus amigos “otro” y “tercero” de manera provisoria hasta que también olvide esas palabras al final de la velada.



Revisitando Neubans

Caminaba por la estrecha calle Neubans del centro histórico, lucía tal y como la recordaba, los rincones, postes y casuchas amontonadas habían resistido el paso del tiempo con un estoicismo inaudito. Entre las estructuras más grandes y sus brechas casi imperceptibles se evidenciaba una sana convivencia entre la construcción original, visionaria y anacrónica de las casas junto con la regeneración posmoderna del sitio, efectuada como una obra municipal que en su momento se consideró vanguardista pero que el cambio de época convirtió poco a poco en un rococó atropellado. Finalmente, el ornamento contemporáneo del grafitti y las frases gramaticalmente accidentadas creadas por la generación más vigente que socializaba en los pasillos y escalones terminaban por brindarle al sitio un aire que en mi época nunca habría podido antelar. Desde mi perspectiva, era un espacio tan familiar y nuevo al mismo tiempo que sentí que recorría algún monumento o sitio turístico de esos prostituidos en llaveros, gorras, camisetas y otros souvenirs que uno siente conocer perfectamente al pisarlo por primera vez. Sin embargo, yo ya había estado aquí, pero nunca más volví a estar, hasta ahora.


Espejos

Al ingresar a la habitación, el hombre pudo observar tres grandes espejos que recubrían las paredes del sitio. Cuando se acercó al primero le sorprendió no verse reflejado en este, en primera instancia le pareció que realmente se trataría de una ventana, pero toda la imagen plasmada en el objeto era el perfecto revés de cada uno de los elementos que se encontraban en la habitación: el gran candelabro sobre su cabeza y el sillón colocado justo en el centro de la misma. La intriga continuó cuando observó que el segundo espejo funcionaba de manera regular mientras que en el tercero pudo visualizar su propio reflejo agachándose para recoger algo del suelo, esto no era fiel a sus acciones del momento, se sintió mareado. Pudo comprobar que ahora aparecía en el primer espejo ingresando por primera vez a la sala y mirando el espacio con curiosidad, tal como hace unos instantes. La confusión lo llevó a tropezar y dejar caer varias monedas de su bolsillo tras lo cual las recogió. El golpe pareció esclarecer las cosas de una manera fortuita e irónica, al ponerse de pie formuló una hipótesis instantánea que comprobó de inmediato: cada espejo reflejaba su pasado, presente y futuro respectivamente, tras unos instantes de experimentación calculó que el rango temporal consistía en un margen de alrededor de un minuto. La fascinación se convirtió en terror cuando se observó muerto en el espejo del futuro, sentado en la silla, con el candelabro sobre su cuerpo y rebosante de sangre fresca.


El valor del tiempo

Suelen decirnos que el tiempo es oro por su condición inmanente de divisa no regularizada, así es como una hora (o varias) de nuestras vidas puede transformarse en riqueza material dependiendo siempre de factores como el contexto, el nivel de habilidad personal y muchos otros elementos circunstanciales que unos cuantos no se atreven a reconocer precisamente por falta de tiempo. Lo que no suelen advertirnos es que el tiempo no es oro macizo, sería imposible traducir una dimensión física tan compleja a un material tan robusto y cuantificable. No. El tiempo es oro siempre y cuando este se encuentre en proceso de fundición: es maleable, capaz de darnos fortunas, pero también plantea riesgos como el de generar pérdidas en el peso bruto durante su traslado o el de quemarnos severamente en los peores casos. Al momento en el que el tiempo se contabiliza y el oro se enfría la relación entre riqueza y temporalidad cesa de forma contractual.


Tatatata

Cuál es ese sentimiento que nace de un vacío en el pecho y al mismo tiempo es capaz de llenar todo el cuerpo, todo el estado del ser. Se siente como la felicidad porque es rebosante, pero también como la tristeza porque es drenante. A veces, durante instantes fugaces, lo confundo con la nostalgia, porque también es punzante. Y en todas las ocasiones se asemeja a la ansiedad porque, finalmente, es alarmante. Es lo más cercano que he estado de poderlo definir, no es una sensación placentera, pero tampoco una tortura. Es como si la existencia se estuviera dando con acentuación por períodos recurrentes y selectos. Como si por el simple hecho de existir, estuviéramos condenados a sentirlo sin la necesidad de un catalizador como lo son la dicha y la desdicha para la felicidad y la pena respectivamente. Cuál es ese sentimiento.


El emperador

 El emperador despertó el día de la gran celebración.

Sus sirvientes se encargaron de brindarle una atención impecable con los preparativos correspondientes.

Al salir del palacio se encontró con su mano derecha militar - está todo listo, mi cennit - añadió con una reverencia. 

El emperador no contestó, siguió caminando ensimismado hacia la plaza, completamente rodeado por soldados y su corte.

El emperador comenzó a pensar en sus inicios soberanos cerca de 20 años atrás.

Recordó la ambición que lo motivó a convertir a su pequeño país en un territorio expansivo con una cultura compartida en una sociedad más pacífica.

“La paz que quieres nace con guerra, la guerra siempre encontrará resistencia y la resistencia siempre impedirá la paz”, pensó brevemente en la frase que le dijo su hijo antes de hacerlo ejecutar por traición. Eso fue hace 10 años, cuando el imperio estaba en un gran apogeo, pero en el firmamento el emperador vislumbraba aún tierras por hacer suyas.

El día de hoy celebraba eso precisamente: el fin de la expansión. Había logrado conquistar el planeta hasta sus confines. Le había costado la muerte de su hijo y el consecuente abandono de su esposa, la emperatriz, a quien ahora podría encontrar puesto que estaba seguro de que se exilió en los territorios que aún no le pertenecían, hasta ese momento. Logró la paz del mundo a costa de la suya y por este motivo no se encontraba satisfecho.

  • Mi cennit - dijo la mano derecha militar - su pueblo lo espera, los últimos prisioneros están listos para ser ejecutados y el tratado de paz se encuentra redactado, solo falta su firma. Hoy somos el mundo finalmente. Hoy la paz es nuestra, y sobre todo suya.

El emperador escuchó los vítores del pueblo y atendió la ejecución de los capturados. Se aseguró de encontrar a su esposa con vida para mandarla a matar y en lugar de firmar el tratado de paz liberó a todos los pueblos bajo el dominio del imperio para emprender una reconquista. El estado de guerra le dio la paz que anhelaba y no había podido hallar nunca en nada más y temía por el día en que el mundo, su mundo al final del camino, se la arrebatase otra vez.


Par pepa
Cuando tomé la primera pastilla sentí una calma súbita que me permitió pensar sin realmente hacerlo, era como si no hubiera tenido que encargarme de formular mis propios pensamientos sino que, por el contrario, estos se encontraban en perfecto orden desplegados alrededor mío. Fue como tener acceso a una biblioteca donde mis ideas se encontraban separadas por estantes categóricos, respaldadas por editoriales de la memoria que hacían justicia a la importancia de cada una de ellas. Luego de eso pude tener cada uno de mis recuerdos a plena disposición, habiendo podido comprender el motivo más oculto de mis acciones y reacciones del pasado, buenas o malas; las justificaciones detrás de cada uno de mis recuerdos de desaciertos así como inesperadas memorias que expiaban mi culpa al mostrarme realidades que mi cerebro había sesgado. Solo al final, después de entenderme a la perfección y conocer mi psiquis al punto de poder hallar la verdadera felicidad para mí y en mí, pude tomar la segunda pastilla, tal como había acordado con el doctor, para quitarme la vida y llevarme aquella agradable revelación en el final de mi existencia.

Crónica de una revuelta anunciada

El periodista tipeaba la crónica en su máquina de escribir a son de marcha, comandado por su indignación hacia el gobierno. Se encargó de componer con su minucia de letrado los epítetos más creativos para el oficialismo, permitiendo a su faceta de ciudadano manifestante bañarlos de injurias milimétricamente camufladas por la ironía para figurar en un titular sin riesgos ejecutorios. Su investigación meticulosa de años lo había dotado de la maravillosa e inservible capacidad de refutar absolutamente cualquier argumento gubernamental con fechas y hechos que el Estado se encargaba de borrar de los registros históricos a medida que él los redactaba. Hacer patria era bordar la bandera a punta de prensa escrita mientras el ejecutivo (irónicamente así llamado) tiraba de las hilachas de los medios a voluntad. Sin embargo, el periodista escribía, escribía sin fin, sin pretensiones, porque sabía que la infinitud del lenguaje lo dotaba de una eternidad idealista. Creía que alguna de sus frases, o al menos la chispa de uno de sus titulares encontraría, llegado el momento, la pólvora de la revuelta, de la indignación colectiva o de la simple admiración coincidental, también eso servía. Así lo sintió el día de su encarcelamiento, curiosamente, a causa de un editorial suyo donde reseñaba negativamente la serie de televisión favorita del dictador, cuando el guardia encargado de su custodia le facilitó por iniciativa propia una máquina de escribir, permitiéndole (o permitiéndome) componer el epílogo de este libro desde prisión. Estaré complacido de saber que este habrá perturbado al sistema lo suficiente para que yo ya no me encuentre aquí cuando lean esto.


El sonido del azar

El hombre jugaba con las teclas del piano, las tocaba de forma curiosa como si fingiera no conocerlas de memoria, como si no pudiera replicar el sonido de cada una de ellas con tan solo un vistazo, como si sus dedos no las hubieran martillado despiadadamente de camino al crescendo frente a miles de personas en sus conciertos de auditorio. Su entusiasmo estaba intacto. Sabía perfectamente que la música y los números, pese a ser percibidos de forma disyuntiva, convergían simpáticamente en la combinación y las permutaciones que le darían una nueva (y única) sucesión de sonidos nunca antes ejecutada, un cálculo musical para un réquiem probabilístico. Su oído fue calculando la ecuación matemática que sus dedos iban formulando hasta que logró una pieza que le pareció tan sublime, tan pura, que decidió guardarla para sí mismo en secreto, escrita en código en un papel, confiando en que las matemáticas discretas verdaderamente lo sean al no conferir más nunca el privilegio de dicho ordenamiento melodioso a nadie más.



El ciclo del agua

Estoy acostumbrado a que llueva en mi pueblo de forma constante, pero la lluvia de hoy tiene algo muy particular. Si pudiera ponerlo en una palabra sería nostalgia. Si pudiera ponerlo en más, lo cual, si no es molestia, me tomaré la libertad de hacer, diría que es como un leve rocío de recuerdos alegres, terribles y ambas cosas, una sucesión infinita de gotas que aparentan contener solo agua, pero que al reventarse contra el asfalto, el césped, una ventana, lo que les toque, culminan en un charco de viejas oportunidades desperdiciadas, goteras de ocasiones que no volverán, inundaciones de qué hubiera sido. Creo que es la forma más fiel de ponerlo por escrito. Sin embargo, me encuentro mirando por la ventana, casi que intentando contar cada una de las gotas para rescatar de alguna forma ilusamente desesperada algo de mi pasado, salir al patio, abrir la boca y dejar que una fracción de la llovizna se quede en mí o quizá hacer un pozuelo con mis manos donde pueda salvar un mínimo del océano de mi mente que cae sobre mi cabeza. Quizás mañana con el sol olvide este infortunio, o quizás comience a desear que brille con más fuerza para causar un aguacero torrencial que me devuelva mis añoranzas o termine de borrar mi existencia junto con ellas. En ambos casos, estaría igual de satisfecho, me condensaré en el recuerdo de quien sea que me guarde con cariño y gustoso lloveré sobre esa persona en honor al ciclo del agua, que es lo mismo que el de la memoria.

martes, 2 de enero de 2024

Triste remix

 Y en qué momento la tristeza, no la punzante catastrófica, sino la de lenta cocción, la que reside en el alma libre de alícuotas o restricciones, pero que de repente sale de paseo y escudriña entre los recuerdos en el portal, se toma un tiempo para fumarse un cigarro mirando los reflejos del arrepentimiento en un pocillo acuoso que quedó de la lluvia de ayer como si se tratara del periódico en la mañana; en qué momento esa tristeza se va.

O en todo caso, si toca convivir con ella, si el vacío en el pecho causado por la angustia de lo incierto es el inevitable timbre que anuncia su llegada, ¿de qué forma podemos hacerlo llevadero?

Si escribiendo esto no logro deshacerme de ella, sino que por el contrario, la llamo involuntariamente, resisto su presencia mientras husmea entre líneas lo que pienso de ella (porque es una tristeza ególatra), qué hago yo tratando de romper algo irrompible, tratando de secar un océano de infortunios que la vida depara y que nos toca acatar resignados, qué hago, de nuevo, maldita sea, usando meras letras para describir algo que ni el intelecto mismo comprende o domina. Estoy triste, profundamente triste, y desearía que fuera algo pasajero, pero a veces me pongo más triste cuando pienso que tal vez la tristeza es eterna y el pasajero soy yo.