Mi estimado doctor

- Mi estimado doctor, qué gusto encontrármelo, ¿cómo lo trata la vida?

- Tal como trato a mis pacientes, querido Rodrigo.

El doctor esbozó una mueca enigmática que su amigo no alcanzó a descifrar, por lo cual optó por devolverle una sonrisa con ambigüedad parecida al tiempo que decidió caminar junto a él por la oscura acera mientras hablaban sobre variados asuntos de mucho interés y poca importancia.

Al final de la calle se divisaba un bulto de matices grisáceos, el doctor lo observó con curiosidad, nunca lo había visto antes durante su trayecto diario por la peatonal. Habría llegado a pensar que se trataba de un cúmulo de desperdicios de no haber sido porque la basura extendió una mano esquelética que sostenía un recipiente indecoroso para solicitarle encarecidamente un gesto de caridad.

Rodrigo no había advertido el escenario con tiempo por lo cual la voz del indigente lo sorprendió sobremanera, acompañándolo su cuerpo de un brinco estático.

- Mi estimado doctor - dijo la figura del suelo con una elegancia totalmente ajena a su apariencia. Pese a que su rostro se escondía entre las sombras de la calle, el doctor sentía su mirada intensa posada sobre él. Su mano extendida, por otro lado, era claramente visible.

El médico se encontraba perplejo a causa de una sensación que no llegaba comprender totalmente. No conocía al individuo, pero de alguna manera este sí lo conocía a él. De todos modos, sacó una reluciente moneda que depositó en el envase del hombre mientras asintió con reverencia.

- Dios le pague por este milagro, mi doc querido - este podría haber jurado que el penetrante sarcasmo del comentario le guiñó un ojo desde el rostro del vagabundo con picardía.

El acompañante del doctor se sentía igual de confundido que él por la extrañeza de la escena y siguió caminando junto a su amigo en silencio por varias cuadras hasta que este finalmente dijo:

- Con egoísmo, desprecio y total indiferencia hacia mi bienestar, así me trata la vida.