La piara se dirigía imperturbable hacia el matadero a través de un sendero angosto que sofocaba sus gruñidos y obligaba a sus miembros a amontonarse con violencia. Un ganadero guiaba a los cerdos que lideraban el grupo mientras que sus ayudantes apremiaban a los animales desde la parte trasera para acelerar el paso.
Los cerdos se miraron entre sí y de manera sincrónica ejecutaron el plan “revelación en la granja”, bautizado así en honor a uno de sus relatos favoritos sobre una revolución fallida de sus pares que finalmente optaron por asemejarse a sus antiguos opresores. Para escoger el título de la maniobra, acordaron unánimemente que revelarse era preferible a rebelarse si se pretendía dar fin al status quo en lugar de reorganizarlo. Y volaron.
Debido a su desconcierto, los ganaderos no pudieron detenerlos cuando a escasos metros del matadero comenzaron a observar a los puercos flotando por los aires y abandonando el establo, mostrando una organización nunca antes vista en una manada.
- ¿¿Pero qué mierda está pasando aquí?? - exclamó aterrorizado el capataz, tan furioso como si la chanchería volara por culpa de la ineptitud de sus empleados.
- Se… señor, solo empezaron a elevarse y se fueron. Nosotros no tuvimos nada que ver, lo juro - contestó el más nuevo de los ganaderos, quien creyó que a pesar de lo surrealista del asunto, sería coherente defender su inocencia frente a su causa.
Los cerdos se habían alejado varios kilómetros ya y observaban emocionados los grandes campos bajo ellos así como los animales de granjas contiguas que lucían diminutos desde aquella altura. Un puerco alcanzó a comentar la ironía de nunca antes haber podido ver el cielo a causa de su torpe fisionomía. “Ahora volamos, no nos bamboleamos y nosotros… nosotros somos el mismo cielo”, contestaba otro entre los oinks y risotadas de sus compañeros.
El hecho no tardó en convertirse en noticia en todo el mundo y en pulverizar el status quo, tal como lo habían anticipado los cerdos. Sin embargo, estos desconocían su participación involuntaria en una expresión sencilla pero crucial que depositaba el destino del mundo en las tradiciones marranas.
Apenas los humanos descubrieron que los cerdos empezaron a volar, entendieron que una de las máximas inamovibles de la existencia en sí misma no era más válida. “Cuando los cerdos vuelen… ” como excusa para la evasión del compromiso o como garantía de la frontera entre lo posible y lo descabellado, lo onírico, era ahora una expresión caduca que ponía en duda toda afirmación previa sobre lo conocido. ¿Sería acaso la muerte realmente inevitable o tan solo no habían hallado aún la forma correcta de eludirla?
En todo caso, las personas, familias, empresas, gobiernos y demás asociaciones no tardaron en desmoronarse a causa de la desconfianza creada por el suceso porcino. El amor afectivo entre los seres queridos sería también una vulgar ilusión, el dinero fiduciario (del cual existieron siempre evidencias alarmistas que todos optaban por ignorar) finalmente equiparó su valor al de la certidumbre colectiva: cero. Las leyes y costumbres desaparecieron mientras todos se fundían en un nuevo ritual de aleatoriedad y desconcierto.
Y así, la falta de verdades objetivas, o al menos de métodos para comprobarlas, causó el fin del mundo tal como lo conocemos. Y todo comenzó a ocurrir nuevamente, fabricándose nuevas teorías filosóficas, hipótesis científicas, tradiciones, legislaciones y principios que con el paso del tiempo se tornaron en finales. Los puercos volaban ya desde hace mucho tiempo y muchos comenzaron a atreverse a pronunciar la frase “cuando los cerdos dejen de volar… ” como sinónimo de improbabilidad. Los cerdos comprendieron a través del relato de sus generaciones anteriores el error que cometieron sus antepasados al asumir que las revoluciones no eran una consecuencia directa de las revelaciones.
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