Bajó lentamente los escalones del altar y se sentó en el suelo ante la mirada escandalosa de los feligreses más viejos y la confusión de los jóvenes.
Apenas intentó pronunciar su primera frase sintió un espasmo en su pecho que lo hizo caer sobre su propia espalda con las piernas aún cruzadas. La arquidiócesis se encargó de brindarle todos los honores religiosos post mortem de manera oficial mientras que extraoficialmente extendió el rumor puertas adentro entre diáconos, presbíteros, monaguillos y sacerdotes de que la homilía en suelo es una sentencia mortal con un pase directo al purgatorio. Un intrincado tema teológico que con el tiempo se convirtió en un dogma ceremonial. Oraciones por el extinto padre fueron elevadas junto con los altares de distintas parroquias que ahora contaban con escalones adicionales.
Olvido
Siento que poco a poco se me va el habla - dijo uno.
¿A qué te refieres? - preguntó extrañado el otro - ¿algo así como una disfonía?
No - sentenció el uno - me expresé mal, justo a eso me refiero, cada vez me cuesta más hallar las palabras para decir lo que pienso de forma exacta.
Eso es normal - acotó un tercero - a mí me ocurre todo el tiempo, me olvido del nombre de las cosas - rió solo durante un instante ante el arribo de una memoria divertida - fíjate que el otro día llegó una furgoneta a la oficina porque le dije a mi asistente que me consiga un expreso urgente, estaba tan ofuscado que después del estrés aclarando todo el malentendido me llevó justamente el café que le había pedido hace una hora, era espresso, la mierda, ni cómo culparla a la pobre, se le regó la mitad de los nervios.
El otro había empezado a reír desde hace rato ya, el tercero se integró a la risotada a destiempo apenas terminó el relato aunque el recuerdo de su vivencia le parecía infinitamente más cómico que el hecho como tal. El uno miraba a ambos sin reír.
Pero ríete, está buena la anécdota - el otro miraba al uno en complicidad, esperando su cuota de risa. El uno no recordaba qué era anécdota y tampoco entendió varias de las palabras que el tercero usó en su historia - aparte, no creo que a ti te pase algo a ese nivel.
No me están entendiendo - replicó el uno - se me va el habla, el idioma, la…
La qué - dijo el otro impaciente.
La, la - el uno dedicó unos segundos a pensar, había notado que incluso en su mente sus reflexiones no eran tan ricas ni letradas como solían ser, le costaba cada vez más pensar en un concepto, traducirlo en una palabra y finalmente compartirlo con un interlocutor. No sabía por qué, pero estaba seguro de que era un proceso irreversible. Irreversible, se sorprendió gratamente de haber podido recordar esa palabra que aún descansaba en algún rincón de su mente y caminaba hacia el olvido.
La qué - reforzó el tercero con impaciencia. El uno lo miró de una forma serena pero desafiante, como pidiendo paciencia de una manera implícitamente hostil, permitiendo a sus ojos comunicar lo que su boca no podía.
La mmm… ¿capacidad? - añadió el uno con duda, no recordaba el significado preciso de ese término, pero sentía por instinto que funcionaba para la ocasión - sí, capacidad. La capacidad de usar palabras, me olvido.
Los amigos lo miraron incrédulos, pero con cierta compasión. Pidieron otra ronda de cerveza al mesero que se encontraba en el turno. El uno quiso indicar que no deseaba otra bebida, pero no recordó la palabra de negación. Al llegar las botellas, el uno, el otro y el tercero las alzaron de manera sincrónica, pero solo los últimos dos fueron capaces de conjurar un poderoso “¡Salud”, mientras el uno terminaba de olvidar aquella noche paulatinamente su nombre, su apellido y las designaciones de todo lo que le rodeaba. Sabía que quería a los hombres que estaban junto a él, pero no recordaba sus nombres tampoco, había pasado a denominarse a sí mismo “uno” y a sus amigos “otro” y “tercero” de manera provisoria hasta que también olvide esas palabras al final de la velada.
Revisitando Neubans
Caminaba por la estrecha calle Neubans del centro histórico, lucía tal y como la recordaba, los rincones, postes y casuchas amontonadas habían resistido el paso del tiempo con un estoicismo inaudito. Entre las estructuras más grandes y sus brechas casi imperceptibles se evidenciaba una sana convivencia entre la construcción original, visionaria y anacrónica de las casas junto con la regeneración posmoderna del sitio, efectuada como una obra municipal que en su momento se consideró vanguardista pero que el cambio de época convirtió poco a poco en un rococó atropellado. Finalmente, el ornamento contemporáneo del grafitti y las frases gramaticalmente accidentadas creadas por la generación más vigente que socializaba en los pasillos y escalones terminaban por brindarle al sitio un aire que en mi época nunca habría podido antelar. Desde mi perspectiva, era un espacio tan familiar y nuevo al mismo tiempo que sentí que recorría algún monumento o sitio turístico de esos prostituidos en llaveros, gorras, camisetas y otros souvenirs que uno siente conocer perfectamente al pisarlo por primera vez. Sin embargo, yo ya había estado aquí, pero nunca más volví a estar, hasta ahora.
Espejos
Al ingresar a la habitación, el hombre pudo observar tres grandes espejos que recubrían las paredes del sitio. Cuando se acercó al primero le sorprendió no verse reflejado en este, en primera instancia le pareció que realmente se trataría de una ventana, pero toda la imagen plasmada en el objeto era el perfecto revés de cada uno de los elementos que se encontraban en la habitación: el gran candelabro sobre su cabeza y el sillón colocado justo en el centro de la misma. La intriga continuó cuando observó que el segundo espejo funcionaba de manera regular mientras que en el tercero pudo visualizar su propio reflejo agachándose para recoger algo del suelo, esto no era fiel a sus acciones del momento, se sintió mareado. Pudo comprobar que ahora aparecía en el primer espejo ingresando por primera vez a la sala y mirando el espacio con curiosidad, tal como hace unos instantes. La confusión lo llevó a tropezar y dejar caer varias monedas de su bolsillo tras lo cual las recogió. El golpe pareció esclarecer las cosas de una manera fortuita e irónica, al ponerse de pie formuló una hipótesis instantánea que comprobó de inmediato: cada espejo reflejaba su pasado, presente y futuro respectivamente, tras unos instantes de experimentación calculó que el rango temporal consistía en un margen de alrededor de un minuto. La fascinación se convirtió en terror cuando se observó muerto en el espejo del futuro, sentado en la silla, con el candelabro sobre su cuerpo y rebosante de sangre fresca.
El valor del tiempo
Suelen decirnos que el tiempo es oro por su condición inmanente de divisa no regularizada, así es como una hora (o varias) de nuestras vidas puede transformarse en riqueza material dependiendo siempre de factores como el contexto, el nivel de habilidad personal y muchos otros elementos circunstanciales que unos cuantos no se atreven a reconocer precisamente por falta de tiempo. Lo que no suelen advertirnos es que el tiempo no es oro macizo, sería imposible traducir una dimensión física tan compleja a un material tan robusto y cuantificable. No. El tiempo es oro siempre y cuando este se encuentre en proceso de fundición: es maleable, capaz de darnos fortunas, pero también plantea riesgos como el de generar pérdidas en el peso bruto durante su traslado o el de quemarnos severamente en los peores casos. Al momento en el que el tiempo se contabiliza y el oro se enfría la relación entre riqueza y temporalidad cesa de forma contractual.
Tatatata
Cuál es ese sentimiento que nace de un vacío en el pecho y al mismo tiempo es capaz de llenar todo el cuerpo, todo el estado del ser. Se siente como la felicidad porque es rebosante, pero también como la tristeza porque es drenante. A veces, durante instantes fugaces, lo confundo con la nostalgia, porque también es punzante. Y en todas las ocasiones se asemeja a la ansiedad porque, finalmente, es alarmante. Es lo más cercano que he estado de poderlo definir, no es una sensación placentera, pero tampoco una tortura. Es como si la existencia se estuviera dando con acentuación por períodos recurrentes y selectos. Como si por el simple hecho de existir, estuviéramos condenados a sentirlo sin la necesidad de un catalizador como lo son la dicha y la desdicha para la felicidad y la pena respectivamente. Cuál es ese sentimiento.
El emperador
El emperador despertó el día de la gran celebración.
Sus sirvientes se encargaron de brindarle una atención impecable con los preparativos correspondientes.
Al salir del palacio se encontró con su mano derecha militar - está todo listo, mi cennit - añadió con una reverencia.
El emperador no contestó, siguió caminando ensimismado hacia la plaza, completamente rodeado por soldados y su corte.
El emperador comenzó a pensar en sus inicios soberanos cerca de 20 años atrás.
Recordó la ambición que lo motivó a convertir a su pequeño país en un territorio expansivo con una cultura compartida en una sociedad más pacífica.
“La paz que quieres nace con guerra, la guerra siempre encontrará resistencia y la resistencia siempre impedirá la paz”, pensó brevemente en la frase que le dijo su hijo antes de hacerlo ejecutar por traición. Eso fue hace 10 años, cuando el imperio estaba en un gran apogeo, pero en el firmamento el emperador vislumbraba aún tierras por hacer suyas.
El día de hoy celebraba eso precisamente: el fin de la expansión. Había logrado conquistar el planeta hasta sus confines. Le había costado la muerte de su hijo y el consecuente abandono de su esposa, la emperatriz, a quien ahora podría encontrar puesto que estaba seguro de que se exilió en los territorios que aún no le pertenecían, hasta ese momento. Logró la paz del mundo a costa de la suya y por este motivo no se encontraba satisfecho.
Mi cennit - dijo la mano derecha militar - su pueblo lo espera, los últimos prisioneros están listos para ser ejecutados y el tratado de paz se encuentra redactado, solo falta su firma. Hoy somos el mundo finalmente. Hoy la paz es nuestra, y sobre todo suya.
El emperador escuchó los vítores del pueblo y atendió la ejecución de los capturados. Se aseguró de encontrar a su esposa con vida para mandarla a matar y en lugar de firmar el tratado de paz liberó a todos los pueblos bajo el dominio del imperio para emprender una reconquista. El estado de guerra le dio la paz que anhelaba y no había podido hallar nunca en nada más y temía por el día en que el mundo, su mundo al final del camino, se la arrebatase otra vez.
Par pepa
Cuando tomé la primera pastilla sentí una calma súbita que me permitió pensar sin realmente hacerlo, era como si no hubiera tenido que encargarme de formular mis propios pensamientos sino que, por el contrario, estos se encontraban en perfecto orden desplegados alrededor mío. Fue como tener acceso a una biblioteca donde mis ideas se encontraban separadas por estantes categóricos, respaldadas por editoriales de la memoria que hacían justicia a la importancia de cada una de ellas. Luego de eso pude tener cada uno de mis recuerdos a plena disposición, habiendo podido comprender el motivo más oculto de mis acciones y reacciones del pasado, buenas o malas; las justificaciones detrás de cada uno de mis recuerdos de desaciertos así como inesperadas memorias que expiaban mi culpa al mostrarme realidades que mi cerebro había sesgado. Solo al final, después de entenderme a la perfección y conocer mi psiquis al punto de poder hallar la verdadera felicidad para mí y en mí, pude tomar la segunda pastilla, tal como había acordado con el doctor, para quitarme la vida y llevarme aquella agradable revelación en el final de mi existencia.