miércoles, 28 de septiembre de 2022

Chambea, jala

Sostenía el revólver con una indecisión trémula, la cual extrañamente disminuía por inercia conforme los segundos avanzaban. No se explicaba aún el porqué, pero su mano, como si lo realizase por decisión propia, perdía la timidez hacia el arma de forma gradual, acariciando su empuñadura cada vez con mayor desvergüenza, de un modo casi lujurioso. Sus dedos se estiraban y jugueteaban alrededor del gatillo sin atreverse aún a tocarlo, esperando el momento adecuado en que el pudor ante la muerte por fin ceda y desaparezca por completo para dar paso al acto que lo liberaría de su sufrimiento de una buena vez. Éxtasis total. Era un ritual lento y un tanto engorroso, pero no deseaba en absoluto forzar ninguna de sus etapas. De cierto modo, lo entusiasmaba la idea de que el proyectil pueda accionarse por medio de su comando y a su voluntad exclusivamente. El arma bajo su autoridad y no al revés, el martillo a merced de su merced, el control de su destino empuñado en su mano, a diferencia de todos los demás problemas que lo sofocaban. Una explosión que terminaría con su vida, una bala calentando el cañón y súbitamente irrumpiendo en su cabeza dando paso a un festival de sangre y masa encefálica que acabaría por segar este mismo pensamiento antes de su culminación. Disparó. Una idea conclusa dio paso inmediato a una indebida reflexión posterior: seguía vivo. Revisó el tambor desesperadamente, sintiéndose traicionado por el revólver a quien hace escasos minutos había entregado todo su ser. Se sorprendió al notar que las seis recámaras del ingrato cilindro se encontraban llenas. Jaló el gatillo con furia repetidas veces, dejando de lado toda delicadeza previa hacia el arma. El clic resonaba al ritmo de su índice sin producir detonación alguna. Notó que era su fin cuando el arma del otro hombre respondió de inmediato con una bala despedida que fue triturándole el recuerdo de su ahora embarazoso intento fallido de suicidio, ya muchos años atrás, a medida que lo evocaba. Su longevo revólver cayó al suelo y el eco de su metal retumbó con la rebeldía de aquel objeto homicida que se rehusó a satisfacer a su falso amo ante el deseo de propinar la muerte, en el pasado propia, en el presente ajena. Así y solo así el hombre pudo entender finalmente que el control sobre su vida murió el día en que él nació sin haberlo deseado.

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