miércoles, 14 de diciembre de 2022

Chillo Niño

Chillo Niño llora porque quiere estar con su mamá.


Chillo Niño llora porque es su primer día en el jardín.


Chillo Niño llora porque su mejor amigo lo molesta en clases.


Chillo Niño llora porque su mejor amigo lo hizo reír y descubrió que llorar no siempre es malo.


Chillo Niño llora porque su papá no tiene dinero para comprarle juguetes.


Chillo Niño llora porque reprobó una materia.


Chillo Niño llora porque su papá lo castigó por reprobar una materia.


Chillo Niño llora porque su mamá le dirigió unas dulces palabras de ánimo a pesar de reprobar una materia.


Chillo Niño llora porque lo descubrieron tratando de escapar del castigo para ir a una fiesta a ver a la que le gusta.


Chillo Niño llora porque no le gusta a la que le gusta.


Chillo Niño llora porque ya no es tan niño.


Chillo Niño llora porque su mejor amigo se va a estudiar muy lejos.


Chillo Niño llora porque se emborrachó por primera vez en su cumpleaños y su mamá lo cuida mientras su papá le grita.


Chillo Niño llora porque no se siente bien en su trabajo.


Chillo Niño llora porque está feliz de nuevo, esta vez sí le gusta a la que le gusta.


Chillo Niño llora porque le respondió al cura que acepta.


Chillo Niño llora porque su primer hijo nació y está llorando.


Chillo Niño llora porque su primer hijo enfermó y está llorando.


Chillo Niño llora porque no tiene dinero para comprarle juguetes a su primer hijo y está llorando.


Chillo Niño llora porque tuvo que vender su auto para pagar sus deudas.


Chillo Niño llora porque al fin consiguió un gran trabajo en lo que ama.


Chillo Niño llora porque hizo las paces con su papá luego de tantos años.


Chillo Niño llora porque su primer hijo se graduó sin reprobar ninguna materia a diferencia de él.


Chillo Niño llora porque tiene un cólico renal que le produce un dolor insoportable.


Chillo Niño llora porque se siente viejo.


Chillo Niño llora porque escuchó la palabra cáncer por teléfono.


Chillo Niño llora.


Chillo Niño llora porque se reencontró con su mejor amigo cuando pensaba que no lo volvería a ver.


Chillo Niño llora porque le presentaron al cáncer del teléfono en un cuarto de hospital.


Chillo Niño llora porque le dijeron mi más sentido pésame.


Chillo Niño llora mucho.


Chillo Niño llora porque quiere estar con su mamá.


Chillo Niño llora porque ya no puede.



lunes, 5 de diciembre de 2022

Des-

 La habitación | Paraíso

Las luces tenues de la habitación delineaban siluetas románticas en las paredes como traducciones inexactas del lenguaje de amor que se hablaba en la cama, donde la lengua no verbalizaba nada más que hedonismo crudo y pasión fervorosa.

El pudor reposaba en el suelo junto con tejidos de alta costura y aromas de fragancias extranjeras que poco o nada repercutieron en el lujurioso desenlace de la noche. 

En realidad, este fue producto de decisiones inconscientemente premeditadas, sonrisas encontradas a mitad de anécdotas y diálogos vergonzosamente honestos durante una elegante cena que no resultó tan exquisita como el postre carnal.

La pareja se amaba al ritmo de una coreografía perfectamente ejecutada al compás de sus latidos, en la que los gemidos unánimes daban paso al sudor que se evaporaba en hálitos de placer sofocado. El clímax llegó con el silencio oscuro de la noche, desmitificando cada uno de los preparativos previos que favorecieron la consumación del ritual, convirtiendo el amor en algo burdo, banal, minúsculo y transformando el momento vivido en un recuerdo frágil.

Ninguno de los dos se atrevió a emitir una palabra que terminara por resquebrajar el acuerdo tácito del erotismo libre de sentimientos.

Sin embargo, una torpe mirada en fuga se atrevió a declarar lo prohibido “siento que te amo, pero ¿qué somos?”, mientras que unos ojos nublados por una marisma de lágrimas del otro lado de la habitación respondieron afiladamente “de lo que podemos: todo, de lo que debemos: nada”.

Recogieron los textiles regados junto con los olores disipados, pero fue inútil recuperar el decoro, que estaba desde hace mucho ya esparcido por las sábanas, manchando la alfombra con la excusa del Châteaux Margaux y embebido en la atmósfera, putrefacta de amor no correspondido.



La cena | Infierno

- ¿Y tú qué prefieres?

- Vino blanco, definitivamente, el tinto suele… digamos que no es mi mejor aliado.

- Todas las bebidas son tus aliadas, solo depende de lo que quieres hacer.

- ¿Qué quieres hacer tú?

- De lo que se puede, todo, de lo que se debe, nada.

- Qué místico.

- En absoluto, solo no me gusta limitarme.

- Entonces quiero un tinto.

- Interesante cambio de opinión.

- Bueno, no es el primero del día.

- Ah, ¿no?

- Tampoco estaba decidida a venir.

- ¿Y eso por qué?

- Porque me invitaste a salir apenas hoy en la mañana, no tenía un vestido para este tipo de lugar, pero lo conseguí.

- Creo que solo por ese perfume te habrían permitido entrar. Estuviste a punto de perderte del mejor filet mignon y Châteaux Margaux tinto que tus papilas gustativas probarán.

- De todos modos, al final estamos aquí.

- Sí, supongo que todo se da por un motivo.

- O tal vez por ninguno.

- ¡Ey!

- Lo siento, qué vergüenza.

- Tranquila, solo debes explicarle al mesero que rompiste esa copa por ningún motivo.



El poema | Purgatorio


Vislumbrando tierra firme,

la razón combate los espejismos

ingratos causados por la deshidratación

de un corazón que no sabe anhelar, 

porque para eso hace falta conocer

al detalle lo que se espera


Esta noche, ¿te parece?


Y los cubiertos sobre la mesa

y el color de tus ojos 

y nuestras miradas cruzadas

y las sonrisas furtivas

y las copas levantadas 

y el Châteaux Margaux

y el filet mignon

y el término medio de nuestra conversación

y el mesero contemplando la cocción

y…

                             … si vamos a mi apartamento?


Unos labios encontrándose 

en una habitación

por coincidencia

sin clemencia

sin motivo alguno

o tal vez solo uno

con los cuerpos desnudos

ya no sudo, 

solo dudo,

porque te quedaste mudo

y en la garganta me amarraste

este maldito nudo


¿podemos ser amigos?


El corazón roto,

junto a una copa hecha trizas en el suelo

cuando no se puede hacer nada de lo que se debe

y se debe hacer todo lo que se puede


                                                               Cuánto tiempo, ¿cómo has estado?








miércoles, 28 de septiembre de 2022

Chambea, jala

Sostenía el revólver con una indecisión trémula, la cual extrañamente disminuía por inercia conforme los segundos avanzaban. No se explicaba aún el porqué, pero su mano, como si lo realizase por decisión propia, perdía la timidez hacia el arma de forma gradual, acariciando su empuñadura cada vez con mayor desvergüenza, de un modo casi lujurioso. Sus dedos se estiraban y jugueteaban alrededor del gatillo sin atreverse aún a tocarlo, esperando el momento adecuado en que el pudor ante la muerte por fin ceda y desaparezca por completo para dar paso al acto que lo liberaría de su sufrimiento de una buena vez. Éxtasis total. Era un ritual lento y un tanto engorroso, pero no deseaba en absoluto forzar ninguna de sus etapas. De cierto modo, lo entusiasmaba la idea de que el proyectil pueda accionarse por medio de su comando y a su voluntad exclusivamente. El arma bajo su autoridad y no al revés, el martillo a merced de su merced, el control de su destino empuñado en su mano, a diferencia de todos los demás problemas que lo sofocaban. Una explosión que terminaría con su vida, una bala calentando el cañón y súbitamente irrumpiendo en su cabeza dando paso a un festival de sangre y masa encefálica que acabaría por segar este mismo pensamiento antes de su culminación. Disparó. Una idea conclusa dio paso inmediato a una indebida reflexión posterior: seguía vivo. Revisó el tambor desesperadamente, sintiéndose traicionado por el revólver a quien hace escasos minutos había entregado todo su ser. Se sorprendió al notar que las seis recámaras del ingrato cilindro se encontraban llenas. Jaló el gatillo con furia repetidas veces, dejando de lado toda delicadeza previa hacia el arma. El clic resonaba al ritmo de su índice sin producir detonación alguna. Notó que era su fin cuando el arma del otro hombre respondió de inmediato con una bala despedida que fue triturándole el recuerdo de su ahora embarazoso intento fallido de suicidio, ya muchos años atrás, a medida que lo evocaba. Su longevo revólver cayó al suelo y el eco de su metal retumbó con la rebeldía de aquel objeto homicida que se rehusó a satisfacer a su falso amo ante el deseo de propinar la muerte, en el pasado propia, en el presente ajena. Así y solo así el hombre pudo entender finalmente que el control sobre su vida murió el día en que él nació sin haberlo deseado.

viernes, 14 de enero de 2022

Ómicrónicas

 La fuga del zoológico


Los animales escapaban de sus jaulas caóticamente entre ruidos, pisotones, aleteos y todo tipo de movimiento descoordinado propio de sus instintos, confiriendo al zoológico la esencia selvática que solo los barrotes metálicos en asociación con una cerradura debidamente asegurada le podían revocar.

Las familias visitantes de aquel día optaron por refugiarse, con permiso de la ironía, en las celdas vacías de las que las bestias se habían despojado hace escasos minutos. Otras, menos afortunadas, huían sorteando los obstáculos del parque, profiriendo gritos y alaridos proporcionales a la peligrosidad de las fieras que aparecían a su paso. 

Un minúsculo mono babuino que caminaba con la autoridad de un gendarme, compadeciéndose de estos últimos, se acercó a ellos con la benevolencia de un empleado en entrenamiento. Los guió hacia la zona que consideraba más segura en todo el zoológico por su alta capacidad de recordación del cautiverio citadino que los animales intentaban, desesperadamente, dejar atrás. Al llegar a la abandonada construcción, uno de los niños más pequeños, mientras limpiaba sus últimas lágrimas, trataba de descifrar con ayuda de su madre lo que se leía en el colorido cartel colocado en la parte superior: Zoovenirs.




Presagio

Supe que iba a morir aquel día porque lo presentí de manera oportuna. No se trató de ninguna operación sobrenatural ligada a la clarividencia ni mucho menos. Nada de eso. Por el contrario, fue la sensación más racional que haya podido experimentar a través de mi cuerpo jamás. Tenía sentido, pues, de alguna forma, mis pisadas se sentían extrañas, ajenas al suelo del camino que recorría diariamente al salir de mi hogar. El automóvil, uniéndose a la causa, emitía una especie de ruido que, lejos de tratarse de una falla mecánica, servía para recordarme el inminente choque que iba a experimentar dentro de pocos minutos en la autopista. ¿Por qué continué manejando a pesar de que sabía esto?, se preguntarán. La respuesta es tan sencilla y sorprendentemente cómica que, espero, puedan reír tan divertidos como yo al deducirla durante sus últimos momentos de vida.



                                                                        

Lo que aprendí

¿Qué te puedo contar? Desde la última vez que nos vimos he aprendido muchas cosas: leí muchos libros y conocí palabras nuevas, pero curiosamente nunca encontré las adecuadas para explicar cómo me siento en esas situaciones en las que un nudo en la garganta me amarra el idioma. Aprendí que hay operaciones matemáticas muy complejas, más difíciles de lo que habría podido imaginar. Los números sirven para determinar con loable exactitud tantas cosas como el grosor de la viga de un puente, la cantidad necesaria del químico en una medicina e incluso el código para que las máquinas funcionen. Sin embargo, al encontrarse frente a cosas que les resultan ordinarias como, por ejemplo, cualquier emoción, los números optan por dejar de brindar sus apreciados servicios de cálculo. De las personas es de quienes más he aprendido, de ellas aprendí de ti, aprendí de mí, entendí que todo lo bueno viene de las circunstancias y que se suele compartir con quienes son igual de buenos para el crecimiento de uno mismo. Comprendí que lo malo es igualmente circunstancial y que también es proporcional a lo que cada persona tiene para ofrecer. Que el pasado duele con alegría, el futuro asusta con optimismo y el presente es el placebo para ambos. Aprendí de la fortaleza, de la generosidad y de muchas otras cualidades que pueden sonar lindas y fáciles de enunciar, pero cuyos enredados procesos de aprendizaje fueron el verdadero aprendizaje. He aprendido muchas cosas, pero no he podido o quizás querido (poco o nada sé aún al respecto) aprender a vivir sin ti.

                                                                      



Un concierto memorable


La cantante podía escuchar desde su camerino los vítores de la multitud que clamaba su nombre casi en perfecta coordinación, ornamentando sus cánticos con una intermitencia de enérgicos aplausos al coro de sus mejores canciones. Al salir a la tarima olvidó todas las letras de sus temas y los pasos de baile de cada coreografía ensayada. Habría estado feliz de admitir en futuras entrevistas que se trató de un simple ataque de nervios si tan solo hubiera podido recordar qué hacía en ese momento en un moderno y colorido estudio televisivo.


Brasdroit est tué

Lo observaba desde la recámara mientras rasuraba su barba con una cuchilla vieja, poco efectiva para enfrentarse al espesor de su vello facial. Me devolvió la mirada a través del sucio espejo de baño que utilizaba para efectuar su ardua labor. Sonrió con tanta calma que una sensación de pánico infundado me invadió junto a la brisa del desgastado ventilador de techo, ¿sabía por qué estaba ahí? No. No podía saberlo, las órdenes de matarlo las había recibido hace escasos momentos y no habría forma de que se hubiera podido enterar en ese lapso.


- Mi querido Brasdroit, has venido a matarme - profirió serenamente, parecía más hablarle a su propio reflejo que a mí. Lo asumí porque sus ojos nunca se encontraron con los míos en el cristal durante ese breve instante.


El metal de mi revólver se sintió más frío que de costumbre y el tambor parecía querer martillar por su propia cuenta al ritmo acelerado de mi pulso. Había perdido por completo la poca serenidad que tenía ante su declaración. Sujetaba el arma en mi bolsillo firmemente aunque me había logrado desarmar con una sola frase.


- Tranquilo, no me enteré por ninguno de los tuyos, si es lo que te preocupa - continuó diciendo, esta vez con mayor elocuencia que antes. Sentí que había muerto primero que él - lo que sucede es que siempre lo intentan matar a uno con la barba a medias y nada más indignante.



Mi arma disparó de forma automática intentando equipararse a la navaja llena de pelaje y manchas de sangre seca que se dirigía con perfecta rectitud hacia mi cuello descubierto.




Sala de espera


El doctor pronunciaba palabras ornamentadas que llenaban la sala de sonidos irrelevantes para la ocasión. Había adoptado este mecanismo con el paso de los años para defenderse a sí mismo entre metáforas y eufemismos etéreos de la crudeza de la palabra que evitaba articular a toda costa: muerte.

La madre del paciente lo miraba desconcertada, reprimiendo todo sollozo para rescatar inútilmente entre los sonidos que se bamboleaban en el aire un hálito fresco de esperanza.

La desolación, bien sabido es, como cualquier sentimiento negativo, llega por abajo, acompañada del terror glacial que entumece los pies y se aloja en el corazón para bombear veneno al sistema. Inhibición. Llanto. Rabia. Devastación. No necesariamente en ese orden. Necesariamente, en ese orden no.




El museo infinito

Le habían hablado del museo infinito un par de conocidos que visitaron el país europeo unos años atrás. Por supuesto, era sumamente renombrado a nivel global, pero hasta entonces solo le sonaba como una idea remota o un cuento exagerado creado por los medios y entusiastas del arte. Fue cuando llegó, por motivos laborales ajenos al turismo, a la ciudad que albergaba la célebre galería que un tríptico maltratado, único en su especie, colocado en un estante solitario del aeropuerto le recordó su existencia. Lo tomó sin decisión, más por cábala que por curiosidad. El vetusto papel describía las propiedades de una exposición única de la cual nadie conocía el fin y tampoco el principio. Lo guardó en su bolsillo trasero con poco cuidado.

Una vez terminadas sus reuniones de negocio decidió acudir al afamado sitio para desprenderse de una buena vez de su insidioso fantasma. Se dirigió a una de las entradas principales y entre la tumultuosa fila de espera detectó la familiaridad de un compatriota.

- ¿Primera vez en el museo? - le preguntó entusiasmado el hombre que ya conocía su respuesta de antemano. 

- Sí, yo… la verdad solo vine a dar una vuelta para conocer y luego me voy - dijo con poco convencimiento. El otro sujeto rio.

- Una vuelta es suficiente - declaró mientras añadía argumentos para mitigar la confusión del hombre de negocios - Es un museo infinito que nunca repite obras, lo que veas en tu recorrido no será visto por nadie más. Nunca. Llévate eso contigo, mientras más lo pienses al salir, más tuyo se volverá por el resto de tu vida. Y es gratis, ¿puedes creerlo?

Luego de escuchar esto el hombre se sintió profundamente decepcionado. Tomó el tríptico de su bolsillo y lo arrojó al cesto de basura mientras partía hacia su hotel. Recordando su reunión de trabajo de aquella mañana, entre pitches y datos financieros, dedujo que la entrada gratuita de algo verdaderamente infinito era algo que en definitiva jamás podría darse el lujo de costear.