lunes, 18 de septiembre de 2023

Anadiplosis

Tu ausencia es más sublime que el mismo silencio porque ni siquiera los pensamientos se atreven a manifestarse en nombre de no perturbar tu memoria.


Tu memoria yace junto a recuerdos que evito evocar (salvo en momentos excepcionales donde la tristeza lo juzga estrictamente necesario) por miedo a que se conviertan, desgastados por el surgimiento, en la vulgar réplica de una reminiscencia de tu existir.

Tu existir, ya no más. El mío, ido junto al tuyo.
Escribo esto mientras no pienso en ti, porque el hacerlo me garantiza no recordar tu ausencia.

domingo, 20 de agosto de 2023

Hoy

Me duele el corazón, y hoy quiero ser más transparente contigo porque las omisiones siempre están amarradas al riesgo calculado de la pérdida. Hoy ese miedo no existe, hoy ese miedo se tornó en un suplicio porque ya me faltas.

Hoy puedo hablar de una forma tan libre que duele, porque no hay un camino que recorrer sino un oscuro vacío por el cual transitar hasta que la luz haga su parte, y yo también.

Lamento, entre todo este desahogo sin sentido, escribir entre generalidades, es que hoy por hoy las especificidades son capaces de matarme precisamente porque conocen cada una de las heridas por donde sangré y pueden abrirme las llagas de un solo recuerdo.


Lamento también escribirte hoy recién, tenía tanto que decir y lo único que tenía para hacerlo eran palabras. No es excusa, las excusas también son palabras. De todas formas, sin importar lo que diga, todo esto ya lo sabes, pero hoy, hoy lo terminas de confirmar.


sábado, 6 de mayo de 2023

Kath escribe porque...

... mucho se habla del famoso nudo en la garganta al verbalizar sentimientos difíciles, pero muy poco del que sentimos al escribir sobre aquellos que son verdaderamente demoledores, los que la boca no se atreve a enunciar, pero que los dedos imploran por documentar con vigor. Quizá sea así porque en los humanos prima la oralidad social sobre la redacción ermitaña o tal vez solo porque la lengua ha tenido mayor oportunidad de evolución hasta llegar a ser más cautelosa que las manos.

La sensación a fin de cuentas es la misma, aunque mucho más tormentosa en el segundo caso, pues, al no existir interlocutor testigo uno no se detiene a replantear sus pensamientos ante el quiebre de la voluntad, sino que tiende a tragar saliva y continuar arrojando las crudezas del alma ininterrumpidamente durante el oficio caligráfico, o en su defecto contemporáneo, tipográfico.


Y a medida que los dedos, comandados por un corazón que ata el cabo del nudo, dan rienda suelta a las emociones más pesadas y oscuras que una persona haya podido experimentar, la garganta sufre en total silencio el entumecimiento por aquellas palabras que se escriben pero nunca se llegan a pronunciar. Entonces, como por arte de magia, el dichoso nudo desaparece únicamente después de ser cortado por las tijeras del escrito finiquitado.


El proceso es metódico, limpio, pero desgarradoramente doloroso y, de forma inevitable, destinado a repetirse mientras exista en la literatura escapatoria alguna para aquellas sensaciones en las que la oralidad no se inmiscuye por profundo miedo, aunque si estuviéramos charlando, la palabra escogida por la boca en su acostumbrada cobardía sería respeto.