Revisó sus bolsillos: un conjunto de monedas que sumaban 65 centavos de dólar. Pensó que sería bueno utilizarlas luego para comprar una botella de agua en la farmacia que se encontraba a unas cuadras. No tenía sed, pero sabía que el precio del agua en el lugar era de 65 centavos y eso le causaba una extraña satisfacción que lo motivaba a gastar aquel suelto cuanto antes para deshacerse de él. Mis bolsillos libres de molestas monedas a cambio del líquido vital. No está mal, concluyó. De algún modo, esta coincidencia lo puso sediento.
Continuó caminando por la acera, evitando tambalearse a pesar de su evidente estado de ebriedad y se sentó en una parada de bus que halló a pocos pasos. Consideró que aquellos puntos eran ideales para los trasnochadores como él que jamás utilizarían el transporte público durante el día, pero que en definitiva sucumbirían ante sus piernas religiosamente tras los desmanes nocturnos de cada semana.
- Maestro, me regala una moneda
Lo que faltaba, pensó. La voz de un indigente cuya presencia no había notado le hablaba desde uno de los asientos de la parada. Automáticamente recordó sus 65 centavos tan precisos y se imaginó sin su botella de agua. Decidió darle el suelto completo, más que por verdadera caridad, le habría molestado conservar el resto de monedas, sin la suficiente cantidad como para comprar su bebida.
- Toma, es todo lo que tengo - extendió su mano hacia el hombre con algo de disgusto y se marchó
- Para esta miseria mejor no me hubieras dado nada - profirió el indigente en medio de injurias desde la penumbra de la parada mientras arrojaba el cambio hacia su benefactor
- Estúpido de mierda, ni que fuera mi obligación darte de comer - vociferó el borracho desde la distancia, superando su disgusto previo por el cólera causado por observar sus monedas esparciéndose en el aire
El vagabundo sacó a relucir su incompleta sonrisa, una sonrisa pobre y mala, mientras sacaba de su regazo lo que parecía ser una navaja. En todo caso, el respetable bohemio optó por dejar pasar la oportunidad de averiguarlo y corrió con todas sus fuerzas por las desoladas calles. El indigente lo persiguió por varios bloques, pero huyó al ver las luces de la farmacia que abría las 24 horas donde un grupo de personas se encontraba esperando por fuera del sitio.
El borracho llegó con su último aliento al establecimiento pidiendo ayuda entre alaridos. Los presentes le preguntaron qué había ocurrido, pero no alcanzó a responder a través de los jadeos y el entumecimiento que la huida causó en sus piernas.
- Agua, por favor - añadió con gran esfuerzo. No tardó en advertir que la botella había pasado a costar 70 centavos.