Salió del dispensario médico siguiendo las indicaciones de los brigadistas. Muchas personas habían sido vacunadas durante las semanas previas y se encontraba entre los últimos individuos en hacerlo. A su paso observaba los restaurantes de la avenida, los cuales iban retornando a su capacidad total, la de la vieja normalidad, ahora nueva por defecto. Los clientes eran diversos en su comportamiento, unos aún tomaban las medidas recomendadas de sanidad, otros depositaban su fe ciega en las bondades de la vacuna y optaban por disfrutar de su comida como en épocas de antaño sin dar tregua al sabor extra que quedaba en sus manos, lamiendo sus dedos con descuido y seguridad a la vez.
Observó en otro sitio a una señora muy mayor que disfrutaba con detenimiento de un plato de sopa, como incrédula de que la vida le hubiera dado otra oportunidad para continuar acumulando historia pese a su avanzada edad. Pensó fugazmente en su madre, quien le fue arrebatada por el virus, y consideró que el azar es tan cruel con unos como bondadoso con otros. Por algo es azar, concluyó.
Reflexionó sobre la vida y sobre su deseo por vivirla nuevamente con energía, una cualidad que había perdido hace varios años y que la pandemia, pese al sufrimiento ocasionado, le devolvió. Sintió que la cura era una oportunidad nueva para un mundo seguro. Absorto en sus filosofías cruzó la calle y la muerte lo reclamó con una bocina de vehículo. Quedó tendido en el medio de la calle mientras una ambulancia se escuchaba a lo lejos entre los gritos y murmullos de los transeúntes. Porque la vida era así, porque la muerte es así, porque el azar será el azar. Siempre.